Mes de la patria, hablemos del patriarcado (parte 1)

Septiembre. Comenzando el mes de la “Patria”, palabra tan nuestra y familiar que significa lugar de pertenencia por vínculos históricos o jurídicos. ¿Nos pertenece? ¿le pertenecemos?.

Lo vivimos como de nuestra propiedad y nos identifica. De ella se deriva la palabra “patriota”, persona que ama profundamente la patria propia. Hemos peleado, declarado guerras desde nuestro patriotismo, defendiendo la patria, concepto que pareciera comenzar a diluirse en esta era de la globalidad.  

Ampliando el concepto… aparecen el patrimonio, el patrocinio, el patrón… el Patriarcado, todos conceptos que aluden al tener, poseer “algo”. Aprovechemos este mes de la Patria, para reflexionar sobre esta última distinción: el patriarcado. Se puede ver como una “tradición”, mas es una interpretación histórica sobre las relaciones de poder, con tinte de género. 

¿Qué es el patriarcado?

Hablamos de sociedad moderna y posmoderna, de sociedad de mercado o mercantilista, de una sociedad democrática o autoritaria y de muchas otras concepciones, dependiendo del criterio de análisis que nos planteemos. Poco se habla hoy de la sociedad patriarcal a menos que la voz de las mujeres lo pongan en el ideario colectivo. 

En palabras simples, el patriarcado hace referencia a cualquier organización social, desde el núcleo familiar,  las parejas hasta los países, donde el poder lo tenga exclusivamente el hombre. 

Para entender esta cultura que se manifiesta hasta en los mínimos suspiros de nuestra humanidad, y que comienza desde hace pocos años a ser vista como una posibilidad y no plenamente como una realidad, revisaremos algunas de sus expresiones invisibilizadas como manifiestas, así como su origen y evolución.

Coincido con la antropóloga feminista Rita Segato, al decir que el Patriarcado mas que una cultura es un Sistema Político, pues empapa a todas las instituciones en su modo de ser y actuar. 

El significado

La palabra «patriarcal» se desprende de la palabra «patriarca» que proviene del griego y que significa mandar, y de «pater», que significa padre. El patriarcado es la autoridad del padre. Patriarcado, patrón, patria, patriota, patrimonio, patrocinio…son todas palabras que se derivan del pater, que es quien tiene el poder.

Un ejemplo claro es el pater familias que  tiene el control de los bienes y personas que constituyen su familia, hijos, mujer, esclavos. 

Como veremos más adelante, esta concepción de autoridad del dominio masculino no solo fue válida para la familia, sino que se amplió para el dominio de las mujeres en la sociedad en general, reforzado por los mitos y creencias religiosas que le dieron cabida a la superioridad masculina como el único orden posible. 

¿Y desde cuándo es que estamos regidos por esta cultura/sistema patriarcal? ¿Es parte “natural” de la organización social? ¿Ha habido otro tipo de organizaciones políticas/culturales donde las relaciones de poder eran mas equitativas?

La evolución: las sociedades unimatriciales o matrísticas

Para comprender y entender los fenómenos sociales y políticos que están ocurriendo en la actualidad es importante remitirnos a lo mas primigenio de nuestra historia y civilización poniendo es perspectiva a la sociedad patriarcal como una interpretación desigual del convivir humano y de sus estructuras,  no como “lo natural” y único posible. 

Las sociedades más antiguas,  30.000 - 3000 AC años aproximadamente, es decir, antes de constituirse el estado/nación como organización social, muestran que existía una mayor igualdad social entre los individuos de una misma comunidad. Se les conoce como sociedades unimatriciales o matrísticas. Según estudios antropológicos contemporáneos, una interpretación de este comportamiento se debe a que eran pequeñas sociedades orientadas a la autosuficiencia y no a la acumulación de excedentes. Convivían dividiendo el trabajo de caza para los hombres y la recolección y la maternidad para las mujeres. Existía una jerarquía mínima, en la que el concepto de espiritualidad comunitaria prevalecía. Al ser sociedades autosuficientes, sus objetivos principales eran la alimentación, la procreación y la seguridad de la integridad de todos.

El principio espiritual de la vida la proveía la Diosa Madre o la Gran Diosa, representado en diversas deidades femeninas,  culto primigenio en torno al “poder de dar vida”, sin distinción entre la fertilidad de la tierra y la fecundidad femenina. Era lo que prevalecía en estas sociedades tanto recolectoras, como agrícolas en sus inicios. 

En América Precolombina: La Pachamama andina: Mapu para los mapuches; Ixchel para los mayas; Coatlicue para los aztecas. En Africa la diosa Mawu; en Egipto la diosa Isis; en Asia: Nin-hursag (Sumeria); Arinna para los hititas; Hepat en Babilionia; Isthar en Mesopotamia; Shakti en el hinduismo. En Europa: Rhea en Creta; Kubaba en Turquía; Cibeles en Grecia…

La mirada de Humberto Maturana, quien rinde honor a este modo de ser y vivir, usando el nombre de Matrística como nombre de su organización,  se refiere a esta época como la cultura matrística pre-patriarcal europea, definida como una red de conversaciones y un emocionar totalmente diferente a la patriarcal . 

¿Cómo vivian? ¿Cómo se relacionaban?

Lo que desarrollo a continuación está principalmente basado en los escritos de Humberto Maturana en su libro “Amor y Juego: Fundamentos olvidados de lo humano” (1993).

No fortificaban sus poblados, y no tenían diferencias jerárquicas, expresados en el tipo de tumbas encontradas, donde no prevalecía un género por sobre otro. Los campos de cultivos y de recolección no eran divididos, de lo que puede deducirse que la apropiación de ellos no era un anhelo.  En la pinturas rupestres de Creta, se ve que las vestimentas entre hombres y mujeres eran similares. 

“Todo indica que vivían penetrados del dinamismo armónico de la naturaleza evocado y venerado bajo la forma de una diosa.El vivir con los ritmos de la naturaleza siendo parte de ella los “preñaba de sacralidad”, expresa Maturana. 

Era una sociedad de iguales, ninguno mejor que otro a pesar de sus diferencias, donde no existía la dominación de unos por sobre otros o de  apropiación de la verdad.  En el centro estaba respeto mutuo, el vivir en “una red armónica de relaciones”. 

“Las redes de conversaciones tienen que haber sido conversaciones de participación, inclusión, colaboración, comprensión, acuerdo, respeto y co-inspiración”. Todos temas actuales que hoy en día estamos invocando y propendiendo en virtud de lograr organizaciones más representativas. 

Estamos echando de menos nuestros orígenes y ya es tiempo de re-cordar lo que está en nuestra memoria y consciencia colectiva. Es lo que Maturana llama la Biología del amor, cuyo origen la trae la madre en su relación con su hijo pequeño. Es “la aceptación mutua en el compartir, en la cooperación, en la participación, en el autorespeto y la dignidad”.

“El pensamiento humano tiene que haber sido naturalmente sistémico en que nada era en sí o por sí mismo y en el que todo era lo que era en sus conexiones con todo lo demás”.

¿Qué ocurre que esto comienza a cambiar?

¿Qué hitos relevantes comienzan a desequilibrar el sistema?


Los cambios fueron lentos y de a poco. Convivieron por miles de años lo matrístico con lo patriarcal.  

Algunos hitos marcan este devenir y le dan poder y fuerza al establecimiento de esta cultura patriarcal. 

Uno de los puntos de inflexión que permitió ir cimentando la cultura del patriarcado fue el sedentarismo y el establecimiento de la agricultura. El desarrollo de sociedades agrícolas sedentarias fue degradando la condición femenina en relación con la masculina. Debido a los movimientos constantes en busca de nuevas tierras fértiles, la maternidad, más espaciada en las culturas nómadas, permitía a las mujeres de las sociedades sedentarias generar trabajos agrícolas para la familia. Una vez que descubrieron tierras ricas a las orillas de las fuentes de agua, ya no necesitaban desplazarse y la maternidad se transformó en la actividad principal de las mujeres, lo que extremó su dependencia económica.

Conjuntamente con la agricultura surge la monogamia y la familia nuclear como estructura social estable, donde se registra un cierto orden y una estructura de poder. Esta estructura podría asociarse a la concepción del macho alfa en ciertas comunidades de mamíferos. Aquí la propiedad privada familiar le pertenece al pater, que dispone de ella en plenitud para lo bueno y no tan bueno. Surge con el tiempo la controversia respecto de la naturalidad o la culturalidad de este fenómeno de la monogamia, y aparecen ideas más asociadas a las religiones, a la economía y a las herencias que cuestionan su origen. Otro punto de inflexión fue el descubrimiento de la paternidad que, por un lado, originó la subordinación de la reproducción femenina a los hombres y, por otro, la conciencia de la paternidad. Cada hijo o hija tenía un padre. La relación paterno-filial profundizó el lazo con los hijos, así como también aparecieron los celos y el adulterio como concepto asociados a la pertenencia. «Nuestra forma principal de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía», dice Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas.

Pero sigamos con la historia. Dado estos hitos, apareció la propiedad privada, los límites, la cerca, el hogar, lo doméstico y la división del trabajo. En realidad, siempre ha habido división del trabajo, dado que las mujeres han tenido que parir y criar, y los hombres, por naturaleza, no han cumplido ese rol, lo que no necesariamente implica que tengan ponderaciones de jerarquía.. 

Con la Revolución Industrial se consolidó el trabajo remunerado fuera de casa. La mujer se quedó en lo doméstico, al cuidado de los hijos y de la crianza de animales menores, así como de la huerta, trabajo que comenzó a ser desvalorizado ya que quién traía el dinero fijaba las reglas. Las mujeres salían a trabajar en el espacio público solo cuando los hombres iban a la guerra, para sostener el hogar y para la producción de insumos para el frente. 

En tiempos de paz, volvían al hogar, a «su rol». La dedicación exclusiva a la maternidad extremó la dependencia económica femenina y, con ello, el sometimiento forzoso del sexo femenino al masculino. Según Heidi Hartmann, «el patriarcado no descansa solo en la familia sino en todas las estructuras que posibilitan control sobre la fuerza de trabajo sobre las mujeres». 

El tema de la propiedad privada y el de la tierra son interesantes y requieren revisión. La propiedad es del pater sobre la mujer y los hijos. Lo comenta Harari en su libro De animales a dioses respecto de la mujer y los hijos como propiedad del hombre, como un bien más. El hombre puede hacer lo que quiera con su propiedad. De hecho, hasta el siglo antepasado, en la época de la Revolución Industrial, los niños trabajaban de igual a igual con los hombres y las mujeres. Tener más hijos significaba más mano de obra, por lo tanto, tener muchos hijos era rentable. 

En el intervalo entre esta división del trabajo de lo público y lo privado —lo femenino bajo la creencia de ser de segunda clase—, ocurrieron múltiples abusos contra las mujeres, que perduran hasta la actualidad por parte del poder masculino, así como la desvalorización de las mismas mujeres, que se sienten inferiores. 

Algunos ejemplos deplorables son el asesinato masivo de bebés mujeres al nacer, la violencia doméstica y los abortos femeninos. En la Edad Media, con la participación de la Iglesia, aquellas mujeres que se atrevían a mostrar sus dones fueron castigadas por centenas de años, culpándolas de tratos con el diablo. Eran asesinadas de las maneras más brutales. 

Pamela Zahler