Las sincronías de la vida y la muerte

 
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La vida está llena de sincronías y señales que podemos entender… O no. Ayer, y de forma abrupta, murió mi hermano, Santiago, a quien amo con todo mi corazón, y en ese camino me enteré del fallecimiento de Humberto Maturana. Lo sentí como una nueva punzada en el pecho. Pensé:

“¡Qué coincidencia llorar por partida doble!”. 

Llegué al velatorio a juntarme con mi manada. Estaba ansiosa del encuentro para lamernos las heridas y me percaté de cuántos estaban despidiéndose de este mundo material emprendiendo el vuelo hacia otras vidas. Incluido el mismísimo Maturana. 

La muerte como un paso más de la vida

No le tengo ni lejanía ni miedo a la muerte. Tampoco a los muertos. Para mí la muerte es un paso más de la vida. Es el acto de dejar el cuerpo físico para emprender otro viaje más vinculado a nuestro cuerpo espiritual. Es otra dimensión de nuestra vida, una más misteriosa, nebulosa e incierta. Percibo la muerte como camino a otro nivel de conciencia. Uno más luminoso y fresco. 

Cuando la muerte llega, perdura la dimensión de la materialidad a través de los recuerdos y del legado que dejamos en esta vida. Esa vivencia tiene una energía diferente a cuando estamos en cuerpo físico presente. Es más liviana, diáfana y transparente. 

Durante el velatorio de Santiago, o Chago, como apodamos a mi hermano, mi hijo me susurró al oído: “¿Mira a quien están velando al lado nuestro? Si, él mismo: Humberto Maturana”. No lo podía creer. Fui primero al encuentro de Chago y le conté que se iba de viaje bien acompañado. Le deseé que lo disfrutaran juntos. 

La sincronía me estaba diciendo algo y me pregunté:

¿Qué tenían en común estos dos hombres? ¿Por qué partían juntos? ¿Qué necesitaban conversar? 

Me llegó otro susurro, como una explicación: les unía la suavidad y la sabiduría para mirar la vida. Este mundo patriarcal les sacaba ampollas en los pies a los dos. Compartían su lejanía de la lucha, la competencia,  el exitismo. Este molde de la cultura patriarcal no les calzaba a ninguno y no estaban dispuestos a entrar en él.  

No resistí la tentación de despedirme de mi maestro Maturana, a quien admiro, sigo y seguiré leyendo para aprender de sus miradas de la vida desde fuera de la caja y conectándonos con el amor y la confianza. Decidí entrar a su velatorio. Para mi sorpresa, no había nadie. 

Al acercarme imaginé que me estaba esperando y le conté lo mucho que lo leía y solía hacer mías sus palabras. También le avisé que no se iba solo, que tenía un compañero de viaje y que le buscara. Le agradecí su legado de la biología del amor y su teoría del observador. Supuse que debió haberse reído.

Mientras me retiraba vi a una mujer algo mayor que podría ser su mujer actual. Le agradecí y le di mi sentido pésame. Antes de salir escribí unas palabras en el libro de las condolencias por si el maestro no me había escuchado del todo. 

¡No hay como viajar acompañado!
¡Hasta pronto, Chago y Humberto!

 
Walter Giu