Escribir, un acto femenino
Mientras caminaba hasta la casa de campo de Mario y Gloria, la presencia de una hilera de álamos erguidos y perfectamente alineados me hizo sentir acompañada. Cual guardianes del bosque, ellos fueron los testigos de mis reflexiones y sensaciones durante el trayecto.
Caminaba despacio, demorando el momento de llegada, pues llevaba conmigo un regalo que quería compartir con mis amigos. Estaba a punto de regalarles mi libro. Mario fue el mensajero y guarda llaves que me abrió la puerta al mundo de la Ontología del Lenguaje. Hoy es escritor de novelas de ficción, algo que convive con sus múltiples actividades de consultoría.
Me sentía como cuando nace un bebé y elegimos padrino y madrina para que sean sus segundas referencias. Algo de zozobra se manifestaba en el hormigueo de mi barriga, así como en el pecho, henchido de orgullo por el objeto/sujeto ya concluido.
Desde que llegué, mantuvimos la distancia social, muy a mi pesar, pues me habría gustado darles un fuerte abrazo de encuentro y celebración. Fueron minutos de mucha alegría, apertura, gratitud, receptividad y recibí frases que me invitaron a escribir este artículo:
“Cuando escribes un libro, tu identidad cambia, te transformas en escritora”
“Escribir es un acto muy femenino”
Escribir un libro, sin importar su género, es un acto creativo. Tiene pulsaciones y cumple un ciclo. Es a ratos doloroso, y a ratos placentero. Está teñido de emociones, de reflexiones que nos hacen imaginarnos mundos ideales y míticos, momentos de realidad con datos y fuentes de otros orígenes.
Dar a luz al escribir
El ver la luz al final del camino nos llena de entusiasmo, especialmente cuando sabemos que lo que se va a dar a luz es propio y único. Esta fue mi reflexión más profunda después del encuentro con Mario y Gloria.
Para mí, escribir ha sido una integración de mi femenino y de mi masculino. Hay múltiples actos involucrados: el acto de la creación, el de imaginar, el de la entrega, el de la conexión con la naturaleza, el de hacer y deshacer lo cosido, el de mirarlo por el revés y por el derecho, el de la conexión con los ciclos cotidianos y el de hacer consciente el inconsciente.
Todo eso y mucho más es llevado a letras, frases, párrafos, metáforas, historias que precisan un espacio para darse a conocer. El acto de publicar, concluir, llegar a una meta, hacer público lo privado, concretar, es fruto de mi lado masculino. Es valentía; más bien coraje (valentía en presencia del miedo), es dar, es generosidad y es compartirme.
La mujer, narradora por excelencia
Recientemente, escuchaba un video de Irene Vallejos, una escritora española. Hablaba que las huellas de las mujeres en la escritura, mucho más presentes de lo que nos podríamos imaginar. Seguramente, las incontables mujeres que narraban entre costuras son las que han destacado las similitudes entre los “textos y los textiles”. Analizamos textos a través de frases muy significativas:
“El hilo del relato”
“El nudo de una historia”
“Urdir una trama”
“El desenlace de una narración”
Metáforas que conectan los mundos de la costura y el telar con el de la narración persisten en la cultura hasta el día de hoy. La hipótesis de Irene es que las mujeres fueron narradoras por antonomasia en los primeros momentos de la oralidad, cuando este acto creativo se fundía con las actividades más femeninas y caseras.
En síntesis, este acto de escribir y publicar constituye un acto de integrar el interior y el exterior de manera equilibrada. Y la pregunta que me surge es la siguiente:
¿Cómo sostener el equilibrio?
¿Habrá nacido en mí la necesidad de seguir compartiendo ser y hacer?