El asombro de Mila
"¿Quieren que les cuente algo?" - nos pregunta Mila, con un ligero atisbo de timidez. "Me subí a los juegos de madera, y de repente, se me acercaron muchas ovejitas. Nos intercambiamos miradas, primero con unas y luego con otras y otra más. Después, apareció una oveja grande, macho, creo... y sostuvimos nuestras miradas durante mucho tiempo. Me sentí parte de ello, una más en la manada.”
Estas fueron las palabras de Mila, mi nieta de 12 años, una niña conectada con algo que los adultos ya hemos perdido: nuestra capacidad de conectarnos con algo más grande que nosotros, con la tierra, el aire, los árboles y los animales.
Estamos disfrutando en familia de unos días en los bosques de Chiloé junto a algunas amigas cercanas, siendo Mila la única niña menor. Nos deleitamos con las fiestas costumbristas que cada comunidad celebra en esta época de verano.En la celebración de una de ellas, Mila no dudó en aceptar la invitación a bailar con un lugareño, sin ningún tipo de inhibición
Visitamos el Parque Tepuheico, un lugar protegido con senderos, muchos de ellos sobre el sotobosque, preservando así todo aquello que se descompone y da lugar a nueva vida. Los cantos de los pájaros nos acompañaron en nuestro silencioso caminar, envolviéndonos con su energía.
De repente, la voz de Mila nos sobresaltó: "¡Miren, miren... un chucao!" Giramos hacia donde provenía su voz y allí estaba, el pequeño pájaro del bosque con el pecho rojo, acercándose a nosotros y deteniéndose para que pudiéramos admirarlo en toda su belleza. Saltando de un lado a otro, se aproximó a nuestros pies, que se detuvieron al igual que nuestra respiración para no auyentarlo. Mila no podía contener su asombro, emitiendo grititos que se asemejaban al piar del ave. Para él, no fue un sonido ajeno, pues continuó acercándose, como si nos reconociera como uno de los suyos.
Algo similar nos ocurrió cuando llegamos a la orilla de un río y descansamos después de haber caminado por la "catedral de arrayanes” y pasar unos de los puntos llamados “arrayanes penitentes” seguramente por sus formas dobladas hacia la tierra que llegaban de vuelta al suelo como haciendo penitencia por algún pecado cometido.
Mila avistó al otro lado del río otro pájaro entre medio de las ramas verdes. Nos advirtió su presencia. Era un pájaro denominado “Martín pescador”, Su favorito, que solo llega a la zona, en verano, donde macho y hembra empollan sus huevos indistintamente y se alimentan de pequeños peces. Cuando el agua es turbia y no les permite capturar peces, se alimenta de insectos, anfibios, reptiles o mamíferos. Son solitarios o andan en pareja, lo que los hace difícil de encontrar. Se requiere de un ojo agudo y sensible como el de Mila.
Al retomar nuestro camino y encontrarnos en el vehículo, un último grito entusiasta de Mila nos hizo detenernos abruptamente, ya que sabíamos que había divisado algo sorprendente: ¡PUDU, PUDU! Y en efecto, allí estaba, un pudú asomando su lomo. Debió tratarse de un pudú adulto, bien alimentado, con un pelaje brillante y de un tono café rojizo impecablemente arreglado. Los pudúes son los ciervos más diminutos del mundo, con un tamaño que no supera los 30 centímetros, y solo habitan en los bosques del Sur de Chile.
Fue un paseo memorable, repleto de descubrimientos y conexiones, impulsados por el asombro infantil de Mila. Ella compartió con nosotros su sensibilidad y su capacidad para apreciar lo que los adultos a menudo pasamos por alto. Estos son los tesoros que nos brinda la convivencia intergeneracional, especialmente gracias a mi nieta Mila.
Chiloé, Febrero 2024